Madre se ha llamado a la naturaleza, a la tierra, a la patria y se les ha dado ese nombre porque encierra el sentido de la donación porque de ellas recibimos todo desde que llegamos a la vida.
Porque por ellas somos y gracias a ellas existimos. Por eso empleamos esa palabra santa que designa al ser que nos dio vida, que nos la conservó y que nos la hizo amable y buena.
Pero no podemos compararla con lo que debemos a la Madre. Porque la naturaleza nos ofrece sus dones, pero a veces se muestra inclemente y nos destruye.
El aire que respiramos y que nos da la vida, es el que forma el huracán. El agua que riega el campo es la misma que en una inundación arrasa y crea desolación y la tierra que nos ofrece sus frutos nos exige trabajo para alcanzarlos.
Cuando desde un lugar propicio nos ponemos a contemplar el magnífico espectáculo de la naturaleza y vemos extenderse sobre nuestras cabezas la bóveda azul, transparente y brillante del cielo y vemos abajo el campo inmenso que se mece suavemente al impulso del viento; entonces tenemos ante nosotros la maravilla de la manifestación de la vida que es sustento de nuestra alma.
Pero cuando un día en que los elementos enfurecidos parecen dispuestos a la destrucción, que espanto siente el alma ante su furia. El cielo cubierto de negros nubarrones descarga la lluvia y el rayo que mata, que incendia y ante semejante espectáculo sentimos que le falta algo a la naturaleza para ser madre: La Piedad.
En cambio la Madre, la verdadera Madre, la que inclinada en la cuna vela el sueño de su hijo, nunca le pide nada a éste, ni siquiera el trabajo de extender la mano para alcanzar lo que desea, porque ella se lo alcanza.
Le da todo, su vida y su ternura, su calor y su sustento y jamás trata de destruirlo sino que al contrario siempre está dispuesta a defenderlo y a ponerlo a cubierto de todo lo que pudiera hacerle daño.
Por eso el nombre de Madre, con todo su sacrificio, de abnegación, de amor, solo puede darse con toda reverencia, a esas dulces mujeres que desde el principio de la humanidad son los primeros seres que vemos al abrir los ojos a la vida y que están siempre inclinadas sobre nuestra cuna.
En éste Día de la Madre, debemos los hijos reconocer y valorar las preocupaciones que ellas tienen cuando piensan en nuestro porvenir, de cómo gozan cuando nos ven felices y la amargura que sienten cuando nos ven sufrir.
Ellas buscan siempre para nosotros la felicidad, lo menos que podemos hacer es cumplirles siendo buenos ciudadanos.
Por eso en éste día, juntemos todas las flores que hay en el mundo y todas las estrellas que existen en el firmamento y entreguémoslas a nuestra Madre en una sola frase…”¡Mamá te quiero mucho!”.
Yo voy hacerlo pero no me escuchará como en otros años. Ella duerme en la Eternidad desde hace 10 años y está al lado del Gran Arquitecto del Universo.
Pero estoy cierto que desde donde se encuentre seguirá cuidando a los que somos sus hijos. Así lo hizo en vida, así prometió hacerlo cuando no estuviera con nosotros.
Felicito a todas las Madres y les deseo que éste y todos los días del año sean de plena felicidad a lado de sus seres queridos. ¡Dios las Bendiga!
Respetuosamente
C. P. Roberto González Barba Tel. 833-155-91-01
agrupo.jurasico@gmail.com