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JAVIER JIMÉNEZ
El cáncer no es una enfermedad. No, al menos, en la acepción tradicional que le damos a esa palabra. El cáncer es, en realidad, un enorme conjunto de males, dolencias y enfermedades que solo guardan un relativo aire de familia. Por eso es un reto tan terrible, un desafío médico tan desproporcionado. Sobre todo, los peores cánceres.
En el cáncer de recto localmente avanzado, por ejemplo, se necesita sacar la artillería pesada. Su tratamiento habitual requiere no solo la quimioterapia neoadyuvante y la radiación, sino una resección quirúrgica del recto que deja tocado para siempre el sistema digestivo del paciente. Pero ¿y si a partir de ahora nos bastara con un solo fármaco?
Un tratamiento sorprendentemente bueno. Eso es lo que ha presentado el equipo de Andrea Cercek, oncóloga en el ‘Memorial Sloan Kettering Cancer Center’ de Nueva York en el encuentro anual de la Sociedad Americana de Oncología Clínica (y en el último número del New Journal England of Medicine). Los resultados que señalan que el Dostarlimab, un anticuerpo monoclonal que bloquea el receptor de la proteína de muerte celular programada 1 (PD-1), “ha mostrado ser capaz de conseguir una respuesta clínica completa en cáncer rectal localmente avanzado con deficiencia de reparación de desajustes”.
¿Qué son los anticuerpos monoclonales? Se trata de un nombre genérico para referirnos a un tipo de proteínas elaboradas en laboratorio para unirse a ciertas dianas en el cuerpo (como, por ejemplo, los antígenos de la superficie de las células cancerosas). Imitando los anticuerpos ‘naturales’ que usa el sistema inmunitario para detectar y neutralizar amenazas, hoy por hoy hay centenares de anticuerpos monoclonales capaces de realizar todo tipo de acciones: desde marcar determinadas células para llamar la atención de las células T a trasportar medicamentos, toxinas o, incluso, sustancias radiactivas de los más diversos tipos.
Cuando no podemos reparar los daños. El estudio se ha centrado en un tipo muy concreto de adenocarcinomas rectales (entre el 5 y el 10%) que están causados por una deficiencia en la reparación de desajustes. Lo que ocurre en estos casos es que los pacientes tienen ciertas mutaciones en un grupo específico de genes encargados de varios procesos de reparación del ADN de las células. Sin esos procesos de reparación los fallos se van acumulando y eso produce el crecimiento de pólipos y tumores a una edad bastante temprana. Además, por si no fuera suficiente con ello, se ha demostrado que estos tumores responden mal a los regímenes de quimioterapia estándar, incluidos los procedimientos más avanzados.
Una vía alternativa. Dándole vueltas al problema, Andrea Cercek y su equipo se dieron cuenta de que, en otros cánceres colorrectales (tanto metastásicos como refractarios al tratamiento), el bloqueo de puntos de control inmunitarios por sí solo es muy eficaz. Hablamos de tasas de respuesta objetiva que oscilan entre un 33 y un 55%, y una supervivencia general prolongada. Sobre esa base, tuvieron una idea.
“Planteamos la hipótesis de que el bloqueo de la muerte programada 1 (PD-1) con un solo agente podría ser beneficioso en el cáncer de recto localmente avanzado y deficiente en la reparación de errores de emparejamiento”. Ahí fue donde entró el dostarlimab. Durante seis meses se administró este tratamiento en pacientes con adenocarcinoma rectal en etapa II o III. El resultado ha sido impresionante.
100% de remisión en seis meses. Sobre todo, porque según el plan inicial, tras ese tratamiento, los pacientes se debían someterse a ciclos de quimiorradioterapia estándar y a cirugía, pero no hizo falta. De los 12 pacientes que completaron el tratamiento, 12 consiguieron una remisión completa del tumor. Lo pongo en porcentajes para que quede claro: un 100%.
Y, hasta 25 meses después de acabar el tratamiento con dostarlimab, la remisión continúa para todos los pacientes. No cabe duda, como señalan los mismos autores, que los pacientes necesitan “un seguimiento más prolongado para evaluar la duración de la respuesta”. Sobre todo, porque el estudio es muy pequeño, pero se abre un terreno muy interesante para tratar alguno de los cánceres más letales que conocemos.