domingo, noviembre 24, 2024
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EL FILÓSOFO DE GÜÉMEZ

EL PERDÓN

Por Ramón Durón Ruíz (†)

El gran Baobab, es un extraordinario cuento africano de François Vallaeys, que hoy transcribo para usted: “Cierto día un conejo fue de paseo por la gran sabana, saltando entre los campos, disfrutando del aire de la mañana, de pronto, se levantó el padre Sol y llegó el calor. El conejo buscó como loco la sombra de un árbol para descansar, delante de él vio un baobab.
El conejo se acercó ante el gran baobab y le dijo: — Por favor, préstame tu sombra. Éste con gusto, le prestó su sombra. — ¡Gracias baobab! −dijo el conejo− tu sombra es muy refrescante. Pero el conejo, que era muy travieso, se rió y le dijo: — Sí, tu sombra está muy bien pero, ¿y la música de tu follaje? estoy seguro de que debe ser una cacofonía horrible. — Como se puede atrever este pequeño ser a dudar de lo linda que es la música de mi follaje. ¡Le demostraré lo contrario! El baobab empezó a hacer temblar sus hojas y, de pronto, se empezó a escuchar la música más linda del mundo.
Y el conejo dijo: — ¡Gracias baobab!, tu música es espectacular, pero ¿y esa fruta? estoy seguro de que esa fruta debe ser una bolsa de agua tibia nada más. — Como se puede atrever −dijo el baobab− este pequeño ser a dudar de lo rica que es mi fruta. ¡Le voy a demostrar lo contrario! Entonces dejó caer su fruta y el conejo empezó a saborearla. — Tu fruta es deliciosa, baobab, muchísimas gracias. Pero… ¿y tu corazón? Seguro que tu corazón tiene que ser duro como una piedra.
En ese momento el baobab quiso enseñarle su corazón al conejo para demostrarle que no era de piedra, pero le entró miedo de enseñar su corazón a alguien que no conocía. El baobab no se atrevía, de pronto, la curiosidad fue más fuerte y empezó a abrir su corazón. En el corazón del baobab, se descubrieron miles de tesoros: piedras preciosas, oro, joyas, plata, telas finas.
— ¡Gracias baobab! −dijo el conejo− eres el ser más generoso que jamás he conocido, y entró en el corazón del baobab, y tomando el tesoro regresó a casa. Le dio todo a su mujer quien, ni corta ni perezosa salió a presumir con sus amigas lo que le había regalado su marido. Pero había una amiga que no se alegró de ver a la coneja con todas esas joyas: era la hiena envidiosa. Ésta fue con su marido y le contó todo lo sucedido.
El marido hiena, viendo a su mujer muerta de envidia, fue a ver al conejo para preguntarle cómo había conseguido lo que tenía su mujer. El conejo, inocentemente, le contó todo: lo de la sombra, el follaje, la fruta y el corazón. Fue así como el marido hiena fue a ver al baobab, éste, acordándose de lo bien que se había sentido con el conejo, hizo lo mismo: prestó su sombra, movió sus hojas, entregó su fruta y abrió su corazón.
El marido hiena, viendo tanta riqueza, quiso llevarse todo, empezó a arañar el corazón del baobab. Éste no entendía nada, dolido y herido cerró su corazón. La hiena se quedó fuera sin poder tomar el tesoro. Desde esa época, la hiena busca en las entrañas de los animales muertos aquello que no pudo conseguir en el corazón del baobab. Cuentan que, el baobab nunca volvió a abrir su corazón a nadie porque tiene una gran herida y teme que le vuelvan a hacer daño. Dicen que el corazón del ser humano es muy parecido al corazón del baobab, encierra miles y miles de tesoros pero ¿por qué se abre tan poco cuando se abre? ¿De qué hiena se acuerda?”.
La moraleja es formidable, no cierres tu corazón a la vida, ábrelo a través del milagro del perdón, que en palabras de Shakespeare “Es dos veces bendito; bendice al que lo da y al que lo recibe.” El perdón te da la oportunidad de crecer y ser más feliz. ¿Qué acaso en la oración que de niños nos enseñaron no decimos: perdona nuestros pecados como nosotros perdonamos a los que nos ofenden?
Si te lastimaron, no acumules resentimiento, la vida es la más maravillosa experiencia para gozar; si quieres crecer utiliza todos los sentidos, perdona y olvida; el perdón te libera de las ataduras que te atrapan en el pasado, que enferman tu alma y dañan tu cuerpo, llevándote a volar en libertad.
Cuando perdonas refuerzas el puente por el que algún día habrás de pasar, todos requerimos alguna vez del perdón, cuando tienes el amor de perdonar, la magia de vida que éste produce, te atrae miles de bendiciones. El perdonar, es ser grande espiritualmente, te libera de la carga del resentimiento.
La ausencia del perdón le corta las alas a tu vida, le da fuerza a tu alma para que levante vuelo, neutraliza los dones que el universo tiene para ti; mientras no tengas el amor de perdonar, el odio estará dañando tu espíritu, cuando tengas la humildad de declarar al cielo que perdonas, sentirás una paz interior sorprendente, que te llevará a vivir en armonía con el universo. Por eso este viejo campesino de allá mesmo dice:
“Es muy fácil perdonar… ¡Sobre todo si ya me desquité!”;
“Perdona a los que te chingaron… ¡pero no olvides sus caras!”
“Pedir perdón es de hombres inteligentes… ¡perdonar es de sabios!”
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