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– La pandemia trajo consigo un crecimiento importante en el consumo de dispositivos tecnológicas. Sin embargo, también complicó su manufactura, debido a que le generó muchas dificultades a las grandes compañías para lograr producir sus componentes, principalmente los microprocesadores que se encargan de darles vida
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Es difícil imaginar cómo hubiese sido la vida durante la pandemia sin ayuda de la tecnología. Gracias a ella, millones de personas en el mundo pudieron sobrellevar mejor esta situación, que suma ya más de un año presente en el mundo.
La población pudo trabajar de manera remota, los jóvenes y niños empezaron a estudiar a distancia y, en general, la gente puede entretenerse sin salir de casa.
La crisis de salud llevó a la tecnología de consumo a vivir una temporada de ensueño, debido a la necesidad que tuvieron las personas de adquirir este tipo de herramientas para continuar con sus vidas.
En México, por ejemplo, datos de la firma NPD Group advierten que, apenas cuatro meses después de que en marzo de 2020 se inició el periodo de confinamiento en el país, la tasa de crecimiento en la venta de equipos de cómputo alcanzaba ya un 32% más que durante el mismo periodo del año anterior.
Sin embargo, 12 meses después de la Jornada Nacional de Sana Distancia, la pandemia también empezó a cobrarle una factura difícil de pagar a esta industria, que parecía avanzar sin limitantes.
Las grandes compañías del sector llevan varios meses enfrentando a un enemigo silencioso que crece con el tiempo: su capacidad para manufacturar y adquirir todos los componentes necesarios para seguir poniendo a la venta sus dispositivos.
Pero, en particular, existe uno cuya fabricación es cada vez más compleja: el microprocesador, ese cerebro, coloquialmente hablando, encargado de dar vida a los dispositivos tecnológicos.
En las últimas semanas, distintos sectores de negocio han acusado la falta de estos componentes que están presentes en multitud de cosas que, incluso, van más allá de las propias computadoras, como lo son las televisiones o los automóviles.
Compañías como Ford o Fiat Chrysler, por ejemplo, anunciaron que detendrían temporalmente sus labores debido a este problema, destacando el hecho de que, según la consultora Axius, hasta 700,000 autos pudieran llegar a dejar de producirse por esta situación.
Las firmas de videojuegos también han acusado problemas. PlayStation, propiedad de Sony, señaló que, a pesar de la alta demanda que han registrado por sus consolas, no han podido incrementar su producción por falta de procesadores.
El tema ha generado tanto ruido que ya hasta ha sido abordado por el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, quien señaló que daría seguimiento puntual al tema, buscando aportar a la solución de la crisis en curso.
UN PROBLEMA QUE FUE ESCALANDO
Pero, ¿por qué se está batallando tanto en el mundo para tener este pequeño, pero importante, componente? De acuerdo con Santiago Cardona, director general de Intel en México (uno de los mayores generadores de procesadores en el mundo), todo este problema tiene su origen en los primeros días de la pandemia.
“Hace poco más de un año comenzó la pandemia en China. Fue ése el primer país en imponer restricciones, y uno de los hubs de manufactura de tecnología más importantes del mundo (en particular, de procesadores). Estos sitios cerraron, y eso generó que, de ahí en adelante, toda la cadena de abastecimiento de electrónica comenzara a sufrir”, detalla.
A esta situación se le suma el “parón” completo que este primer sitio afectado realizó también por las festividades del Año Chino, por las cuales el territorio se detiene por poco más de una semana.
Empero, la crisis sanitaria no se quedó únicamente en el país asiático, sino que, al irse expandiendo, comenta el directivo, más sitios importantes para la producción de tecnología en el mundo empezaron también a detenerse.
“Después de marzo de 2020, lo que empezamos a observar fue un mundo, casi en su mayoría, cerrado; lo que provocó que la cadena de producción de tecnología se apretara todavía más, manteniéndose esta incertidumbre durante un tiempo prolongado”, agrega Cardona.
Este problema se volvió más complejo cuando, al mismo tiempo en que la producción batallaba para avanzar, el consumo de dispositivos tecnológicos, tal como lo mencionamos en un inicio, comenzó a aumentar por la necesidad de conectividad de las personas.
“Cuando el mundo finalmente entiende lo que está pasando, decide apoyarse en la tecnología para ser capaz de operar, generándose una demanda brutal, tanto de dispositivos estrella y computadoras como [de otros servicios, incluyendo] la nube”, relata el experto.
Otra dificultad aparece si tomamos en cuenta el tiempo que a estas empresas encargadas de la producción de los microprocesadores les toma el poder generar las nuevas generaciones de componentes.
“Cuando Intel decide manufacturar un nuevo microprocesador, pasan alrededor de 20 semanas, casi seis meses, hasta que lo vemos salir de la fábrica; y esto no significa que ya lo vas a ver dentro de una computadora, sino que apenas después de esto es enviado a las empresas que lo requieren”, sostiene.
Todos estos factores, en conjunto con las dificultades de producción, la sobredemanda de tecnología y el tiempo necesario para que haya nuevas series de procesadores, fueron los que generaron la crisis actual.
TIEMPO, UN MAL NECESARIO
Ante esta situación, Cardona señala que existe un compromiso en general por parte de la industria tecnológica para enfrentar la crisis. Dicha industria irá mejorando conforme exista la posibilidad de seguir manteniendo la continuidad en las plantas de producción.
“Hoy estamos viviendo las consecuencias de un efecto látigo. Sabemos que es un happy problem el que exista esta demanda. Eso es muy positivo. Entonces, toca tomar hoy las decisiones adecuadas para fortalecer esta producción”, afirma.
El ejecutivo recalca que la respuesta a este problema no pasa únicamente por abrir más fábricas y ya, sino con ir paso a paso retomando el camino.
“Hay que señalar que, para ampliar las capacidades de producción, se requiere de muchísimo dinero. Nosotros tenemos en Intel 10 plantas especializadas: seis que producen el chip puro y cuatro que lo prueban y empacan. Cada una de ellas cuesta, en promedio, 12,000 millones de dólares. Entonces, las cosas no pasan por abrir plantas únicamente, porque, inclusive después de las inversiones, pasará más de un año para verlas activas”, comenta el ejecutivo sobre la situación actual.
En este escenario, el ejecutivo pide paciencia para recuperar el recorrido y, señala, valdrá la pena la espera.
“Éste es un proceso que tomará su tiempo, pero de lo que estoy seguro es de que la industria, que hoy está en buena posición, responderá”, dice.