Hay una ruptura en la historia de la familia, donde las edades se acumulan, se superponen y el orden natural no tienen sentido.
Es cuando el hijo se convierte en el padre de su padre. Es cuando el padre se hace mayor y comienza a trotar como si estuviera dentro de la niebla. Lento, lento…impreciso.
Es cuando el padre que te tomó con fuerza de la mano cuando eras pequeño ya no quiere estar solo. Es cuando el padre, una vez firme e insuperable, se debilita y toma aliento dos veces antes de levantarse de su lugar.
Es cuando el padre, que en otro tiempo había mandado y ordenado, hoy solo suspira, solo gime y busca donde está la puerta y la ventana que ahora está lejos muy lejos.
Es cuando antes dispuesto y trabajador fracasa en ponerse su propia ropa y no recuerda sus medicamentos y nosotros como hijos, no haremos otra cosa sino aceptar que somos responsables de esa vida.
Aquella que nos engendró, hoy depende de nuestra vida para morir en paz. Todo hijo es el padre de la muerte de su padre. Tal vez la vejez del padre y de la madre es curiosamente el último embarazo, nuestra última enseñanza.
Una oportunidad para devolver los cuidados y el amor que nos han dado por décadas y así como adaptamos nuestra casa para cuidar a nuestros bebés, bloqueando tomas de luz y poniendo corralitos, ahora vamos a cambiar la distribución de los muebles para nuestros padres.
La primera ocurre en el baño donde pondremos una barra en la regadera porque significa para nuestros viejos seguridad al bañarse y no podemos dejarlos solos en ningún momento.
Envejecer es caminar sosteniéndose de los objetos. Es a veces subir escaleras sin escalones. Seremos extraños en nuestra propia casa.
¿Cómo no previmos esta situación? Lamentaremos la casa con las recámaras en segundo piso.
Feliz el hijo que es el padre de su propio padre antes de su muerte y pobre del hijo que aparece solo en el funeral y no se despide un poco cada día.
Un amigo acompaño a su padre hasta sus últimos minutos. Llegó al hospital y vio que la enfermera hacía esfuerzos para moverlo de la cama a una camilla, para cambiar las sabanas”.
“Entonces mi amigo dijo… Deja que la ayude”…Reunió fuerzas y tomó por primera vez a su padre en su regazo.
Colocó la cara de su padre contra su pecho. Lo acomodó en sus hombros y lo vio consumido por el cáncer…se había empequeñecido, arrugado, frágil, tembloroso…se le escapaba la vida.
Se quedó abrazándolo por un buen tiempo, el tiempo equivalente a su infancia, el tiempo equivalente a su adolescencia, un buen tiempo, un tiempo interminable…meciendo a su padre de un lado a otro…acariciándolo y diciéndole”
“¡Papá…Papá, estoy aquí contigo, ¿me escuchas?!”…
Eso es lo que un Padre quiere oír al final de su vida… que su hijo está ahí…aunque sea al final del camino.
Hoy, no pienso en la vejez de mi padre…él mora más allá de las estrellas. Traté de cumplir con él. Nunca fue lo suficiente.
Si usted amable lector tiene a su padre…disfrútelo y conviva todo el tiempo que le sea posible. Llegará el día en que se va a lamentar no haberlo hecho… ¡Créame!
Respetuosamente
CP Roberto González Barba
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